sábado, 11 de febrero de 2017

Música para locales de Ropa

La música del verano, la centroamericanización de las costumbres y un manifiesto para sacarnos la modorra y poner luz entre tanta oscuridad de pista de baile.

 

 

Ya sobrevivimos un verano entero escuchando Maramá y Rombai. No diferenciamos a sus integrantes de los empleados de una rotisería; menos aún una banda de otra. Pero sin embargo nos quedó grabado a fuego ese cachengue pringoso de chicos transpirados y chicas en plataformas y shortcitos ajustados. Agapornis pasteurizó la cumbia, Maramá y Rombai le pusieron lactobasilus e iniciaron la producción en masa. Salimos con amigas, nos pusimos loquitas, tomamos cuanto trago pudimos, amanecimos de la mano de algún chico de jopo y musculitos. Éramos tranquilas, pero ahora ya no.  Años atrás el ritmo también llegó desde Uruguay. El cambio de milenio nos empachó para toda la cosecha: mezclamos mayonesa, gelatina y chocolate y al final nos convertimos en el peor bicho bicho, vomitando aferrados al inodoro del ritmo. La vida se movía como un zamba, el país era un quilombo interesante.
Igualmente habíamos pasado veranos peores. A mediados de los noventa, bailamos un par de veranos al ritmo de “el símbolo”, todo un símbolo de nuestra decadencia. Otros veranos  nos pusimos de la nuca meta brasilero de martes a domingo, poseídos por la alegría de bailar en havaianas, como si estuviéramos en Rio. Pero a final de la década nos invadió un vigoroso pop latino, victorioso y en spanglish, que había perforado el mercado norteamericano a fuerza de ritmos acalorados, videoclips de fiestas descontroladas y livin la vida loca a diversas latitudes del estereotipo.

Estoy en Miami


Hoy vivimos en la radio, en los bares, en la tele, en nuestras propias cabezas el resultado de esa invasión. El pop latino de finales de los noventa se casó con el hip hop norteamericano y tuvieron hijitos bastardos, que a punchi punchi arrasaron con todo a su paso. Este verano nos subieron rápido los calores del trópico, y ya podemos ensayar una máxima: Donde ayer sonaba una cumbia hoy sonará un reggaeton. No nos damos cuenta, pero estamos centroamericanizando nuestra vida de manera alarmante; cuando nos queramos dar cuenta vamos a estar jugando baseball y tratándonos de pana, en lugar de che y boludo. Respiramos música del caribe, solo nos faltan los tamarindos y las playas de arena blanca sin colillas de cigarrillos. Pero por suerte y gracias a dios sintonizamos la 100 o radio Disney, y por eso aprendimos algunas cosas fundamentales.
Ya sabemos que Carlos Vives tiene una bici que lo lleva a todos lados y que viaja con Shakira, desde  Santa Marta hasta Barcelona, pagados por el ministerio de turismo de Colombia. También aprendimos, que para vender, ni el ballenato -ese ritmo alegre pero triste, triste pero alegre¬- puede sobrevivir sin usar esa base electrónica que te descona los parlantitos del celu si usas el volumen demasiado alto.
Aprendimos que para que las chicas mueran por nosotros, tenemos que ser como Maluma: vestir de blanco, tener el pelo corto, los brazos tatuados y no cantar solos ni de puta casualidad. La vida es complicada: Shakira nos chantajea, Thalia piensa solo en nosotros y Ricky nos insiste que vengamos pa’ ca’, aunque todavía no tenemos muy en claro cuales son sus intenciones.
Aprendimos, también, sobretodo los amargos y aburridos como yo, a ser un poco mas tolerantes, a dejar ser al otro. Algo está clarísimo: no nos podemos meter con el derecho a la festividad de las personas. Está claro que debemos sumarnos si queremos estar en la onda:  tenemos que bailar, aunque sea un reggaetón lento para no quedarnos mas solos que Wisin sin Yandel, en el reservado de un boliche esperando penosamente que se hagan las 7 de la mañana.

Manifiesto

 

Pero quiero aprovechar este espacio para hacer un manifiesto. Para Buscar un poquito de luz entre tanta oscuridad de pista de baile. No quiero ser un aguafiestas; no vengo a proponer que escuchemos artaud durante el pre Boliche, ni la discografía de Fandermole en la fiesta de un cuñado. Me preocupa mas otra cosa: Me preocupa que pensemos que la música para las jodas del verano es la única que existe, la única que puede alegrarnos, o peor aún, la única que puede realmente emocionarnos. Me preocupa que la escuchemos en cualquier contexto, que sea nuestro superpancho mientras esperamos el bondi, que sea nuestro rivotril sonoro. Tenemos los oídos tapiados por la costumbre, rumiantes ante cualquier ritmo nuevo repetido infinidad de veces por las FM, demasiado acostumbrados a que el mercado decida por nosotros que escuchar durante esos instantes de vida que nunca mas volveremos a vivir. Resulta paradójico, pero en estos tiempos en los cuales gracias a Internet y los celulares las posibilidades de acceso al buen arte (y por ende, a la música) se han multiplicado a la n, mas conservadores nos hemos vuelto, escuchando lo que ya conocemos hasta el cansancio, sin buscar ningún tipo de sorpresa, sin perdernos ni un segundo en los mares de la curiosidad. Y no me refiero solo al pop fiestero, ni a la cumbiancha recalentada… yo que soy rockero, o que por lo menos en algún tiempo lo fui, me hago cargo: basta de abusar del compilado de Los piojos, o de bersuit o de las pastillas del abuelo o de la banda que fuera; ¡basta! no se gasta porque lo escuchamos por youtube, ya lo sabemos, pero por dios aflojemos.
Propongo, en cambio, volar un poco, escapar de tanto pasatismo. Investiguemos. Ya les regalamos todos nuestros datos personales a Facebook, Google, Microsoft y Apple; al menos utilicemos nuestra desgracia para algo positivo. Escuchemos alguno de los artistas que nos gusta y miremos las sugerencias… quizá encontremos un sonido similar, pero con alguna vuelta de tuerca diferente, y explorando, descubramos artistas que valgan la pena. Vayamos a los clásicos, esos que nunca pasan de moda, y tratemos de entender, por qué son clásicos. Exploremos estilos que no escuchamos habitualmente: Reggatoneros, al folcklore, Rockeros, a la musica clásica, cumbieros al jazz… Cambiemos las latitudes, escuchemos canciones en otros idiomas o de otros paises. Escuchemos un disco de alguna banda desconocida: no perdemos nada, lo peor que puede pasar es que nos aburramos. Consultemos con ese amigo melómano y escuchemos sus recomendaciones: el nos dará una sugerencia de corazón, pensando en nosotros. Exploremos en aquello que le gustaba a nuestros padres o nuestros hijos, puede que en definitiva esa música no sea tan de mierda como pensábamos. Busquemos sin la necesidad de llegar a algún lugar, por suerte la música es virtualmente infinita… busquemos! existe google, existe bandcamp, existe Spotify, existe Youtube! Saquémonos de encima la modorra, saquémonos de encima ese triste murmullo de tanta música para locales de Ropa. Hagamos el intento y escuchemos algo nuevo. ¿Tan conservadores somos? ¿Tanto miedo tenemos?

lunes, 19 de septiembre de 2016

De amores y cuadernos

Muchos cuadernos, noches a puro Dolina y reflexiones adolescentes perdidas dentro de un word con extractos de mails viejos


Desde que aprendí a escribir me acompañaron los cuadernos. No solo los del colegio -que se me terminaban rápido, a juzgar la letra horrible que tenía de chico- sino otros, despelotados, con los que jugaba a inventar este y otros mundos: narraba historias paródicas de antihéroes subrealistas, llevaba los puntajes y la administración de los campeonatos que representaba con mis autitos de juguete, coleccionaba planos de ciudades inverosímiles (que urbanista que se perdió la FADU!), y llevaba la nómina completa de futbolistas de los clubes ficticios que disfrutaba inventar (junto con sus camisetas, su clásico rival y su estadio).
Con la adolescencia los cuadernos cambiaron de tenor. Comenzaron las poesías y las historias; mas adelante, con la guitarra, los cuadernos se llenaron de canciones, y de Quintas, séptimas, sostenidos y menores. A todos lados siempre llevaba algún cuaderno; allí anotaba, expresaba, me divertía.
Por las noches escuchaba la venganza será terrible. Una noche, en sus típicas reflexiones, Dolina comparó los amores con los cuadernos. Me reí mucho con esa ocurrencia; yo, un tipo que siempre tenía un cuadernito a mano, me había sentido muy representado. Y al día siguiente sentí la necesidad de tomar la idea del negro, de robarme algo de su genialidad: ¿cómo no jugar un rato y crear, y mezclar el amor, los fracasos del pasado, los sueños que vendrían, y quizá exagerar, pecar de ingenuo, hablar sin saber, equivocarme, con pasión e intensidad, decir cualquier cosa, como si no hubiera un mañana? Ser adolescente es un poco de todas esas cosas, por eso es tan duro y tan lindo a la vez. Porque a los 17, el mundo empieza y se termina todos los días, cada nuevo día.


Cada amor es como un cuaderno


Cada amor es como un cuaderno en el cual uno escribe frases, sucesos, equivocaciones, anécdotas, de vez en cuando algún poema, o alguna reflexión, digna del mas grande sabio o el mas grande ignorante.
Cuando empezamos un nuevo amor -o un nuevo cuaderno, mejor dicho- nos proponemos ser prolijos, hacer nuestra mejor letra, usar corrector si nos equivocamos, subrayar todos los títulos... con el tiempo nos damos cuenta que la prolijidad no es todo, y que un amor no siempre es como nos habíamos imaginado... y la letra se nos achueca, se hace demasiado inclinada o demasiado fea, las "a" se confunden con "o", empiezan los manchones y las tachaduras. Ante tanta desprolijidad a veces arrancamos algunas hojas... pero nuestro cuaderno no vuelve a ser nunca el mismo...
A veces dejamos un cuaderno por la mitad y empezamos uno nuevo... y volvemos a hacer lo mismo: a subrayar con colores hasta que se nos gasta la lapicera o se nos cansa la mano...
Hay veces -sobretodo en los veranos- que buscamos amores breves, de 24 hojas, como para que en dos semanas lo hayamos terminado. Otras veces buscamos momentos, amores que duren días horas, o incluso minutos. Esos amores son lo mas parecido a papeles sueltos. Pero de vez en cuando -muy de vez en cuando- aparece nuestro cuaderno de 100 hojas, ese que parece que nunca se termina, y del cual dejamos, por las dudas, al final, un par de hojas en blanco.
Hay amores grandes, como cuadernillos, o fuertes, de tapa dura, o pequeños, casi minúsculos, mas que cuadernos, libretitas. Podemos tener amores rayados (demasiado histéricos), cuadriculados (muy formales) o lisos (que nos permiten dibujar sin margenes que nos limiten...).
Es triste cuando perdés un cuaderno... es, en sí, una verdadera tragedia... Por el contrario, cuando encontrás uno, puede ser lo mas feliz de tu vida. Incluso hay personas que encuentran mas de uno: unas deciden con cual quedarse y otras se quedan con todos... escriben un poco en cada cuaderno... pero eso al final, no es feliz, ni justo.
Yo, por mi parte, todavía estoy buscando mi cuaderno, y he dejado algunos terminados y otros con alguna que otra hoja en blanco. Pero no me desanimo, porque se que este mundo es como una inmensa librería

Este post no iba a existir, pero redescubri el texto dentro de un archivo Word que contenía extractos de Mails viejos. Habia sido enviado estilo cadena a algunas pocas personas y nunca mas había visto la luz. Entre ellas estaba quien después se transformó en mi bibliorato, mas que cuaderno, Rocío. Es muy loco poder ver un escrito tan viejo (2004) y advertir el germen, la precuela, de quien uno es hoy. Estuve tentado en corregirlo, en quitarle el anteúltimo parrafo que me parecia el peor logrado y encima medio moralista, pero decidí dejarlo tal cual como habia sido tipeado alguna tarde por ese chico que alguna vez fui.
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